Podemos afirmar, sin lugar a dudas, que la crisis económica y social española es fundamentalmente una crisis institucional. Entendemos por institución todas aquellas entidades, privadas y publicas, y sobre todo—en nuestro caso-- las entidades económicas que configuran el tejido empresarial de nuestro país.
Esta crisis institucional, muy arraigada en las estructuras actuales, se ve afectada por una mutación de valores en la dirección empresarial, que se ve incapaz de dar una respuesta eficaz a los zarpazos de la realidad económica y de disponer de la capacidad adecuada para controlar permanentemente los recursos disponibles u obtenibles puestos a su disposición. Las instituciones socio-económicas, especialmente la empresa, debe modificar y ajustar su comportamiento y reconocer que solo existe una forma de organización, y esta es, la eficiencia en la capacidad directiva que debe acompañar inexcusablemente de forma real, efectiva y rentable el quehacer diario de estos responsables.
Solo en aquellas empresas cuyos gestores acepten el peso de la responsabilidad que se les ha confiado, podremos decir sin temor a equivocarnos que estos directivos están legitimando su papel institucional y están dando una adecuada respuesta a las necesidades de sus empresas y de la sociedad en general. Este esfuerzo permanente que se les pide, pasa por modificar los valores básicos que deben regir los planteamiento sobre como debe organizarse la economía de mercado y este papel empresarial lo tiene que implantar el propio empresario.
Pero visto lo que ocurre es España, la actitud de los políticos de turno son los menos interesados en que estos planteamiento sean efectivos, y no propician una descentralización en el ámbito económico, como debe ser en una economía de mercado, ya que esta privilegiada situación les supone una perdida sustancial de parcelas de poder. Junto a esta dimensión del sistema de valores que debe regir en España, implica que el empresariado español y sus asociaciones impidan el intervencionismo sistemático de los políticos, y apuesten por consolidar una economía empresarial eficiente.
Todo ello debe llevarse a cabo mediante el sostenimiento y consolidación de las instituciones empresariales, y no por las exigencias partidistas de los sindicatos, que se inclinan por las tesis del gobierno, y hacerles ver a estos prosélitos del poder que la única salida a la crisis particular de nuestro país, es la concertación social y constituir instrumentos claves que den respuesta, mediante un pluralismo abierto, a los principales problemas planteados por la sociedad.
Este proceso constituye la pieza fundamental del entramado socio-económico de una sociedad plural y abierta, y es aquí donde la responsabilidad del empresario es fundamental ante una sociedad que le pide constantemente su presencia pero que lo haga en el ejercicio de las libertades fundamentales. Solo cuando en las instituciones socios-económicas y en particular la empresa se den las circunstancias concretas de una configuración económica eficaz y responsable, se dispondrá de una gran capacidad de respuesta para adaptarse a las circunstancias cambiantes en los distintos sectores que configuran dicha actividad económica. Y solamente cuando los directivos de estas empresas sean capaces de dar respuesta a las existencias de una economía descentralizada, como la que diseña una ordenación económica de mercado, y cuando estos directivos sean capaces de asumir riesgos y oportunidades que se les platean en ese proceso de ajuste permanente de la economía, será cuando podremos decir que se dan las circunstancias positivas para asegurar con éxito una salida a la actual crisis empresarial e institucional.
Pero para ello es preciso, además, que estos directivos posean una adecuada capacidad de organización para que puedan dar una respuesta eficaz a los problemas de las empresas que dirigen. Contando con un grupo de hombres y mujeres con una aptitud creadora e intuitiva, que pueda garantizar y asegurar a las exigencias urgentes de crear empleo, entonces, también, podremos asegurar el futuro de la economía española, y que esta pueda resistir la prueba del tiempo.
Sin formación no puede existir capacidad directiva; sin capacidad directiva es imposible crear empresas, y por mucho que insistan las instituciones políticas para fomentar la creación de nuevas empresas, sin esta formación a que nos referimos, las empresas no podrán ser rentables ni dar los frutos que se esperan de ellas. Con la creación de nuevas empresas, podremos salir de la crisis actual. Con la adecuada dirección y gestión de las empresas actuales, más la aceptación de la dinámica de la economía por los hombres comprometidos con el quehacer empresarial, serán sin duda las vías de salida para el futuro de nuestra sociedad.